En la prehistoria del Metaverso

Entrar en Second Life era complejo: eras un muñeco -sí, claro, un avatar- que volaba sobre un territorio vasto en el que no sabías muy bien cómo llegar a nada. He olvidado completamente cómo funcionaba el sistema de guía, por lo que puede que fuera más obvio de lo que cuento. He olvidado también cómo seleccionaba uno vestimenta y apariencia.

Era un mundo de pocos polígonos: es decir, el renderizado de las figuras, edificios, arbolitos y lo que hubiera, era grueso. Definiciones agudas y cortantes. Ha pasado mucho tiempo y ahora máquinas y comunicaciones pueden hacer esto realista. Parece que la meta de Meta es que sea profundamente realista.

No obstante era de esos sitios en los que de verdad se trazaban universos emocionales paralelos. En el que debió ser mi último viaje, entré en algo que debía ser equiparable a un club nocturno. Con tonos golfos. Había dos avatares de mujeres vestidas con una especie de atuendos de cuero y una cierta similitud a panteras. Oh, la, lá. Qué serían fuera del mundo electrónico, debía ser seguro chocante, algo que nunca estuve en condiciones de saber.

Me acerqué a las dos mujeres. Second Life tenía una perspectiva visual en la que uno se veía más o menos cenitalmente. Así que me contemplo acercándome a esas figuras que parecen estar hablando. Via chat, creo. No tengo memoria de audio. Al acercarme a la espalda de una de las señoras, de repente mi muñeco se puso a maniobrar a toda velocidad, moviendo caderas y rodillas y como agitando a la señora.

No sé qué hice. Pero la pantera se volvió y me dijo «that’s very rude». Aseguro que no había un botón que dijera «follar». Pero realmente la escena, en la que yo no tenía ningún control, se asemejó a que yo -mi muñeco- tomaba por la espalda a la pantera. No sé si en grado frotamiento compulsivo de cebolleta o, directamente, de penetración: como segunda vida resultaba realmente malo, porque de sentir, lo que se dice sentir, no se sentía nada.

Me aparté avergonzado. Con mi cara de la vida real enrojecida (y no te veía nadie, Martín) y tan impresionado por la reacción que lo he recordado en medio de la plaga de los nuevos mundos virtuales que flotan por los cables de fibra. Y puede ser que sólo se me haya ocurrido esta inquietud por los tiempos que corren: si el metaverso va a ser la vida, o donde se conduce la vida transformada, un matrix presuntamente bueno, ¿los delitos del mundo exterior pueden ser los mismos?.

Es decir, violar un muñeco electrónico ¿es, efectivamente, una violación? ¿un abuso? ¿algo denunciable aunque sea ante los tribunales electrónicos?. ¿Puede, igualmente, sacudir psicológicamente al agredido de forma que se causa un daño? No olvidemos que yo me puse rojo, y lamenté y me rebelé ante la idea de que se me considerara un asaltante. Es decir, yo mismo ensamblé a la ficción dentro de la realidad. Un extraño mundo de pastillas rojas y azules que me producía profundo tedio hasta que he pensado que podrían meterme en la cárcel. Y no se sabe si dentro o fuera.

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