
En 1989, un servidor era redactor (becario) en un diario económico repleto de estrellas periodísticas. La plaza la obtuvo por sus estudios de economía (es un decir) y alguna certera habilidad para escribir un folio que un periodista redactando su tesis doctoral en estructura económica y ávido fumador de puros parece que leyó. O eso me juró el intermediario.
A las pocas semanas, o creo que días, era evidente que al menos un servidor sabía que inflación se escribe con una, sólo una, ce: inflación. Ese proceso de depreciacion del valor de la moneda que el público entiende como subida de precios. En las postrimerías de los ochenta, la economía y los negocios eran aún un mundo extraño no sólo para el periodismo, diríamos que para la sociedad: todavía se estaba aprendiendo a gestionar empresas como lo hacían los de fuera y todo tropezaba con las creencias populares que, sorprendentemente, reproducían los plumillas del momento.
Así que servidor terminó escribiendo las cosas que tenían que ver con la macroeconomía. Sospecho que únicamente por rigor linguístico. Han pasado diecinueve años, que no serán nada hasta que se cumplan veinte, y hoy me despierto con el telediario de una cadena donde un joven periodista que lee toda con seriedad y fundamento sus noticias dice inflacción.
(A uno se le hinchan un tanto las cosas que porta al comprobar que los lectores de noticias pasan por defensores de la democracia, el rigor, el periodismo y no sé cuántas cosas
que atribuyen a los medios que llaman tradicionales, serios y de todo lo habido y por haber)
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