Impasse. En fase desconocida.

16/05/20. El picor alérgico de los ojos se volatilizó. Ahora el queso de Arzúa sobra en las estanterías de El Corte Inglés, pero no se encuentra burrata: un clarísimo problema de primer mundo. Las bolsas de plástico que sustituyen a los guantes, ahora son más pequeñas, usables y no son de celofán. El misterio es por qué Carrefour sí tiene guantes de un solo uso. Resistiré ya no suena en nuestras vidas. El reguetón es la banda sonora del barrio.

…in another sense, one cannot forget everything, with the best will in the world, so the plague would leave its mark, at least on people’s hearts.

Camus, La Peste

Los muertos ocupan poco espacio. La vida es un impasse. Muertos y contagiados disminuyen, pero cada día las actualizaciones de contagios y muertes aparecen menos destacadas en las páginas de los periódicos. Qué importan unos pocos menos, o el ligero repunte de un día suelto (el hombre medio reaccionando frente al dato y no frente a la serie): es un goteo, algo agónico, cuyo fin se programa y desprograma cada media jornada. Juan Luis Chulilla mantiene un combate contra el anonimato de los muertos. Su memoria es la del Israel en el que vivió los atentados suicidas: no era el número, sino pensar que podría ser alguien conocido, alguien que tiene una casa, una vida. La hermana de Gregorio Ordoñez suele pedir el recuerdo de cada asesinado por ETA. Al rememorarlo -hoy- vuelve una persona con nombre y apellidos a la que nunca se le habrá hecho justicia. Esencialmente, porque no hay reparación posible. Si tienes memoria de ellos (la tengo) es un regreso a un dolor impotente. Los vivos respiramos ante la desaparición del asesinato constante, pero olvidamos a quienes murieron y olvidamos cómo murieron y el tiempo en que murieron. La justicia suele ser más una declaración de intenciones que una meta razonable. A mi primer portero en un apartamento en Bogotá, le llamaban Córdoba porque nació en Córdoba, Colombia. A su padre le cortaron la cabeza los paramilitares y jugaron al fútbol con ella. No lo comunicaba con un rencor especial o con una escenificación dramática, sino con la resignación de cuando nada se puede hacer. Los muertos de covid19 ni siquiera se han visto y, pronto, no serán ni siquiera una cifra. No serán nada.

El gato regresa a casa. Roger Casas me decía que un amigo veterinario le ha comentado que atiende una cantidad absurda de incidentes de gatos que se han tirado por balcones. En la puerta de casa me encuentro una bolsa de El Corte Inglés que han debido dejar en mi ausencia. Dentro tiene una caja de bombones y una nota emocionada repleta de agradecimientos por haber invadido la casa, sin mascarillas y sin previo aviso, concernidos por «la crisis sanitaria» y advirtiendo felices que «nuestro» (su) gato está de regreso en casa. De lo que se deduce que ha sido atendido por un veterinario que habrá engrosado su percepción de gatos desquiciados arrojándose a patios como ballenas varadas en bahías remotas.

Autorretratos. Como nadie sabe hablar en castellano, la palabra ha desaparecido y se repite la abreviatura de self-portrait que alguien vio en una noche de oscars: hacerse una foto de uno mismo. La calle hace mucho que se llenó de la liberación de nuestro ego que ha supuesto la invención de las cámaras fotográficas insertadas en teléfonos móviles. Que está mal dicho también: son computadoras de bolsillo. Durante la peste, tengo la sensación de que la pasión por la autorepresentación de uno mismo ha dado un salto cualitativo. Acostumbrados a la conferencia de vídeo hogareña y profesional, pareciera como si la naturalidad de relacionarse con los demás visualmente a distancia hubiera evolucionado a un lugar donde, aunque la tecnología lo permite, no había costumbre. El primer día de libertad vigilada los creadores de autorretratos abundaban por doquier pero, por primera vez, lo que veía era gente elevando el brazo en una videollamda en plena calle. Seguramente, era noticia. Ver la calle. Ver dónde estabas y cómo estaba todo a tu alrededor, cuán de reconocible se mantenía lo que se recordaba con bullicio. Mientras corro, ya no es trote cochinero porque recupero capacidades, me sigo sorprendiendo por la cantidad de personas que se hacen fotos junto al Palacio Real o subiendo a las farolas de la explanada donde está la catedral queriendo ver el atardecer y la Casa de Campo: si no hay viajes no hay turistas. ¿O dónde estaban antes estos madrileños?

Globalization interrumpted. Es una discusión discursiva en todas las publicaciones sesudas lo que sucederá con el comercio tras el fin de las cuarentenas. Las revistas intelectuales saludan la posibilidad de la globalización terminada como un mal: el retorno al mercantilismo, formas de autarquía que, si bien superadas por la historia y la evidencia estadística, son la clase de respuesta intuitiva que en apariencia hace el bien. Los enemigos de los mercaderes quieren volver a fabricar en casa lo que se compraba a China. Probablemente pretendan que sea igual de barato que en China pues, aunque China no es lo que era como mano de obra, su eficiencia operativa es un ventaja por sí misma no tan fácil de emular. La cercanía, se dirá, eliminará fuentes de generación de dióxido de carbono, al tiempo que querrán que los puestos de trabajo no los ocupen robots, o que el suelo pague tasas para financiar servicios infinitos. La resiliencia digital no tiene otro camino que la automatización y la eliminación del esfuerzo muscular, aunque tarde en conseguirlo. Pasé el viernes entero hablando con un portugués (con nombre probablemente de Cabo Verde), con un grupo de mexicanos y varios colombianos. Varios tipos de asuntos, todos ellos mercantiles. A golpe de botón. ¿Alguien cree que eliminada la distancia para la voz y la imagen puede detener seriamente la eliminación de la distancia del comercio? Pronto hablaremos de una re-globalización donde China será el malo al que querremos convertir a otras reglas, extraños nacionalistas de todos los colores intentarán con diversas coartadas proponer el «compra lo de aquí» para luego descubrir que, si tu ventaja competitiva es que tienes la finca en Astigarraga, no te hace más simpático. En mis tiempos en márketing se escuchaba mucho lo de «lo verde se vende, pero no vende». Parece que se ha redescubierto el sabor del tomate: «Lo de que sea ecológico no es el reclamo. Es que la gente busca alguien de confianza que se lo lleve a casa y dicen ‘como está recién recolectado está más fresco’. Nos dicen que les dura muchísimo más en la nevera y que los tomates saben a tomates». Es decir, valor añadido.

 

Salidas: correr, saltar, tal vez volar.

 

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