Helena en la estepa
En medio del olvido, Helena quedó abandonada en Kabul. Se transmutó en una imagen que sobrevuela las estepas de Ucrania hasta los Urales. Es fácil recordar el appeasement fracasado de Chamberlain: los Sudetes como antecedentes de Crimea. De Ucrania llegan postales con olor a Polonia.
Probablemente tan fácil como querer ver en el pasado predicciones para el presente. La contradicción sigue viva: los europeos y eso que llamamos «los occidentales» en general, aquellos que viven de la memoria de la derrota de los persas en los confines del Mediterráneo, no están dispuestos a ir a defender los tubos de gas que calientan el invierno en Berlín.
Cuando digo defender, digo defender de verdad: decirle a tu hijo que marche a la estepa con un fusil y una muda en la mochila. Me pregunto si es simultáneamente cierto que no hay guerra que merezca la pena (seguramente, no) y que la decadencia cultural es definitiva cuando nadie encuentra sentido a dar su vida por altos ideales, por falsos que puedan terminar siendo.
Quizá la imagen de marchar al frente es puramente melancólica: la complejidad tecnológica de la guerra moderna puede hacer perfectamente inservible que un chico de Moratalaz se convierta en héroe por el mero hecho de subirse a un avión y que lo suelten con unas jornadas de instrucción.
O que, aún siendo profesional, su vínculo con las motivaciones de quien se arroja al tanque ajeno porque siente al ruso como ofensa es tan distante que se trata de un mero accidente para el que le dijeron que se prepara como un oficio. Pondrá, se supone, el interés máximo en mantenerse vivo y regresar, cualquiera que sea el resultado. Es decir, perdiendo.
Al final, persiste el hecho de que el matón, el que puede abusar de la fuerza y no tiene remilgos acaba imponiéndose. Aunque sea por un tiempo. El suficiente para que el romanticismo se quede bien jodido.
29 enero 2022 a 9:21
Helena se defiende sola, o lo que es tener «skin in the game».