Son periodistas que viven como la última aldea que resiste al invasor: demuestran episodio tras episodio que los medios de siempre – con nombre y apellidos – se equivocan y hacen mal las noticias, que los miembros de la derecha republicana más recalcitrante son más incorrectos, falsos y mentirosos que un dólar de madera, quieren cambiar el mundo y comprueban que su propia empresa, otro maldito conglomerado de comunicación con relaciones incestuosas con la clase política, también es el mal. Lo encarna un anchorman republicano convencido que no acepta las visiones catastrofistas y deformadas de Barack Obama, el control de armas o cualquier otra cosa. La cabecera, con los Cronkite et al en perfecto blanco y negro, refuerza la idea de la recuperación de un espacio mítico en el que las noticias están al servicio del público y no de otra cosa. La duda es si no es más que una gigantesca visión romántica de lo que el periodismo fue si es que alguna vez lo fue: es como la nostalgia del nacionalista recreador de un pasado que no vivió. Es, de nuevo, Aaron Sorkin con su ingenuidad bondadosa, tan profundamente americana por otro lado, mostrándonos lo mismo que mostró en The West Wing: ese presidente moralmente íntegro, reaaaally smart, capaz de tener un premio nobel – de economía – y ser capaz de hacer un buen gobierno, el gobierno de la gente. Sin ensuciarse, salvando el mundo. O la civilización, como pretende el buen Jeff Daniels encarnando a Will McAvoy.
Hard to believe. Pero reto a cualquier guionista español a repetir la escena de apertura del episodio uno trasladado a la política española a ver si hay narices. O talento. That’s even harder.