La banalidad de la prensa deportiva casi no requiere comentario. Pero, en el país trágico, ese que se supone que superó su complejo de inferioridad crónico cuando ganó su Copa de Europa de Fútbol – una excelente excusa para ampararse en la chapuza y en el jamón para no sentirse responsable de nada – los detalles tienen el interés que tiene siempre lo autóctono por el contraste de la diferencia.
Nada como la pelota para hacer antropología con los entremeses: ¿nadie repara en que llamar histórico a algo que no es más que quedar el cuarto es, simplemente, ridículo? Repiten que nunca había pasado y por eso es histórico. Debe ser un síntoma: el nivel de exigencia con el que se miden las cosas es bajo. Así debe ser para todo, con el agravante de convertir la identidad colectiva y el destino común en proeza mínima o en tragedia irresoluble e inevitable si no se gana.
Tendría tintes de pesadilla si no es porque produce un aburrimiento mortal.