Artículos Etiquetados en: „Sociedad de las Indias Electrónicas“

Cautivos y desarmados…

sábado, 18 septiembre 2010

…confesaron los indianos que True Blood resultaba, finalmente, una decepción. Ju, ju. Desarrollé una defensa apasionada de Californication que, seguro, fue vista con toda sospecha como un desviacionismo golfo de un servidor de ustedes. Pero no, no: en el fondo es un canto romántico.

(Y, como en el viejo relato que pregunta al barbudo si duerme con la barba por encima o por debajo de la sábana y queda condenado a no dormir probando una u otra alternativa, quedarán condenados a pensar si la tienen que ver o no la tienen que ver. Caray, qué ingrato es el destino)

En busca de una confusión amortiguada

jueves, 18 febrero 2010

…la especialidad personal es necesaria, porque quien no esté activo observará toda la confusión de la vida y enloquecerá o morirá al contemplarla

Pudiera ser la descripción de un lector de feeds, o de una nueva herramienta absurda para congregar cientos de individuos y tener juntito todo lo que enlazan o producen. Ese pelotón de ruido. Quizá lo que sucede es que Tolstoi habla de los señoritos rusos y su apacible vida como rentistas o al servicio del zar. Zar es una palabra semimágica, mucho más cuando se dice con el añadido de todas las rusias. Una digresión necesaria para quienes de niños leíamos Miguel Strogoff, el correo del zar, esas historias de aventuras que seguramente Harry Potter y las PlayStation han desplazado. ¿Pero qué mosca me ha picado con esta sentencia terrible, casi atroz? Ahora lo recuerdo: que mi primer contacto real – es decir, cuando me llama la atención – con algo relacionado con la meditación y los varios yogas que los hindúes han inventado, tiene que ver con otra sentencia que me dejó en el alma prendida como un alfiler un comentarista agudo que, no obstante, era incapaz de comportarse como un yogui: si no hay orden exterior, no hay orden interior. Es verdad: las mesas sin papeles suelen pertenecer a la gente como mínimo hábil.
Así, el caos sería propio de una mente dispersa. Seguramente, este escribiente de postales ignoradas. Mi mesa lleva mejorando, lentamente, desde hace semanas. Son cambios seguramente imperceptibles para el que nació cartesiano pero, como diría el clásico de Armstrong,  un pequeño paso pero  un gran salto si se mira con perspectiva suficiente. La conciliación con uno mismo queda destrozada cuando De Ugarte se apresura a enterrar a David Ricardo y avisa, que no es de traidores: la especialización ya no sirve y descubre a sus exploradores electrónicos como seres multivariantes, dispersados en acciones y apelando a cierta lateralidad del pensamiento vindicando la cata de vinos naturales, que bien pudiera ser aceite de oliva orgánico, como potenciación del conjunto de habilidades de su mecanismo de recuperación del gremio y los marinos de Venecia.
Conocí una vez a un cretino que, a falta de talento y perdido de ambición por el ascenso corporativo, empezaba todos sus curricula diciendo: «mi perfil es el de un generalista».  Trazaba un manto demasiado obvio sobre la inconsitencia de sus experiencias pero seguramente creía que con ello estaba alimentando en el corazón del posible empleador la idea de generalidad como dirección general, es decir, poder y gloria. Pero yo le tenía simpatía porque veía la misma inconsistencia en mi interior restando, como es obvio, el delicado asunto de la cretinez. No, no me respondan. Difícil no recordar el triste papel reservado al periodista: saber poco de mucho.
Terminemos con esto: todo empezó porque doblé la esquina de un libro al leer una frase con hondo significado en mi autopercepción y siguió porque me despierto en medio de la noche acongojado por el dolor intenso de un tirón de los de toda la vida en el gemelo de la pierna derecha. Y aparece el tiempo de divagar. La necesidad de cuadrar esto se puede decir que me descubre la solución del problema en el que me he metido: sin la estabilidad del orden interior no se puede ser polivalente explorador del mundo distribuido de los nuevos comerciantes, y será que Tolstoi debe estar hablando de la alternativa a la holgazanería y a las tardes de salón, una cosa tan proustiana aunque él, desde luego, no pudo llegar a saberlo.
Qué tranquilidad: si soy capaz de no llenar la mesa de papeles y poner orden secuencial o espiritual a cada jugada de la dispersión/polivalencia tenemos un espacio muy próximo al nirvana. Oh, la, lá.

La pena de tener raíces

domingo, 18 octubre 2009

¿Quién puede tragarse que la copla es parte de sus raíces cuando pasó su infancia oyendo rock americano?

Cierto. Los indianos ahondan en el confuso, oculto y profundísimo misterio del yo proyectado a través de los demás. Pero hay un contrapunto: al mismo tiempo no terminas de explicarte sin tener adherido el desprecio, la ternura o la inserción de la copla en un contexto en el que nos fuimos a escuchar rock americano, cuyos intérpretes ni siquiera tienen que preguntarse qué es una copla ni por qué le tiene que, en su caso, interesar: Si yo fuera reina / de la luz del día / del viento y del mar / cordeles de esclavas / yo me ceñiria / por tu libertad/ Ay pena, penita pena, pena.

Indianos

jueves, 18 diciembre 2008
Me dan de comer, de beber, me llevan de compras, me cuentan de palacios uruguayos, me regalan un libro, nos contamos secretitos y nos dejamos en una esquina. ¿Y ahora qué les doy yo?

(hablamos de mares que se surcan, pero en el horizonte lo que aparece es un kibutz electrónico)

Quiero ser Indiano

viernes, 3 octubre 2008
«La Sociedad de las Indias es una red trasnacional neoveneciana…»
(tiene el aroma de los barcos que salen a la mar, tiene el perfume de la aventura, el riesgo del navegante y el brillo de lo que se hace con amor y utopía como señuelo y no como alimento)