En nombre de la tribu. Veintinco días con sus noches.
7/04/20 Ni tos, ni dolores ni temperatura. Hay que reponer pipas de girasol. La hija de Conchita ya ha dado negativo. El sol sale todos los días.
Even those who don’t have it, carry it in their hearts.
Camus, La Peste
De niño, yo tenía varios libros con fotos de los indios de norteamerica. Eran espectaculares. Estaba orgulloso de ellos y los llevaba al colegio. Los enseñaba fascinado pero me decían que esas fotos no podían ser verdad. Los sioux, los apaches, los comanches… no podían haber sido fotografiados así. Lo ignorábamos todo de la historia de la fotografía y los indios no dejaban de ser algo de las películas de los sábados en la televisión. Remotísimo en el tiempo. De la lectura de alguno de aquellos libros, conservé toda mi vida el relato de cómo, en esas tribus nómadas, los ancianos muy envejecidos o enfermos decidían ellos mismos quedarse a morir en algún punto: cuando ya no puedes caminar por ti mismo, el coste de tu presencia para poder seguir a los animales cuya caza da de comer a toda una población, era demasiado alto para la supervivencia de todos. Si no me falla la memoria, se le dejaba acomodado para poder morir en paz el tiempo que tardase mientras los demás seguían su camino. De nuevo, un cirujano de ochenta años dice hoy «primero salvad la vida a los más jóvenes». El cirujano no quiere ocupar el equipo de respiración que puede dar la vida a una persona lista para seguir cazando como cazamos hoy. El poder de la tecnología y la comodidad de la vida del siglo XXI, sin tiendas a la intemperie y sin tener que buscar leña para el fuego; beneficiados por un extraordinario poder para la producción de alimentos; el asombroso dominio del calor y el frío de nuestros hogares y cocinas, pareciera que pudiera desterrar de la existencia el tener que elegir entre tu vida y la de la tribu. La tribu, después de todo, son tus hijos y tus nietos. Omero Antonutti decía en El Sur que lamentaba haber tenido hijos por haber perdido la libertad de suicidarse. La peste decide por ti. Es agridulce comprobar que no ha llegado la era de los cíborgs y sobrevivir como mecanos.
He liquidado la última pastilla de aciclovir. Ahora las farmacias piden receta para vendértela y no se conmueven ni ante el espectáculo de tu erupción de herpes ni ante el hecho de que, unas pocas horas, son la diferencia entre que se extienda por tu piel o decline rápido. Las pomadas no me hacen nada y se aplican pésimamente dentro de la nariz o el paladar. He tenido en la nariz otra pequeña aparición de éste otro virus de mi vida. Lo que quiere soler decir que ha habido bajada de defensas. Puede suceder por el stress, pero aquí en casa el control de la ansiedad, pudiendo cultivar mis bonsais y vigilando pucheros mientras trabajo remotamente, parece lo más probable. La mayor eminencia de la virología italiana explica que cuando los contagiados asintomáticos son aislados, el porcentaje de enfermos se reduce drásticamente. Resulta que, en China, tendrían indicios de que el ochenta por ciento de los contagiados son (¿somos?) asintomáticos. En otras palabras, nuestra peste se extiende con la apariencia de un diablo bellísimo que camina dentro de hombres sanos.
No hay aprobado general. Lo sorprendente es que sea noticia. El aprobado general debe ser la leyenda urbana convertida en meme generación tras generación más grande de la juventud española. Nunca lo vi. Nunca me beneficié de él. Pero cada vez que se dan situaciones extraordinarias del alumnado español, esté donde esté, surge el bulo explicado como necesidad acuciante: la peste (en este caso) impide evaluar con consistencia lo que se hubiera tenido que estudiar (aprender es otra cosa) durante el tiempo de normalidad. El aprobado general es como el acto retributivo ante una penitencia que nadie merecería nunca, pero inaceptable en medio del caos social. Es el rechazo psicológico e inconsciente de toda una cultura a la meritocracia. Es ese rasgo que parece mantenerse en la cultura popular española que Gerald Brenan veía tan bien: el ansia de igualar hacia abajo.
Gotas lentas de lluvia y silencio. Añoraré los días en que en Madrid podía abrir la ventana y escuchar sólo la atmósfera.
Salidas: ni siquiera las pensé.
Noticias médicas graves: sigo sin saber. Quizá deba preguntar más. No sé si quiero.