La crueldad, en primavera. Día veinticuatro.
06/04/2020. Incapaz de distinguir nada nuevo sobre mi salud y el estado de los suministros. Bien, y de todo. La sensación de excepcionalidad, incluida la hipocondria, se desvanece.
It is at the moment of misfortune that one becomes accustomed to truth
Camus, La Peste
Vivimos en un mundo cruel. Es como mi memoria recordaba esa escena prácticamente al final de La Noche del Cazador en la que la lechuza acechante se arroja sobre la tiernísima cría de conejo y, fuera de pantalla, termina con ella. Al contemplarlo, Lillian Gish dice, en inglés, «it is a hard world for little things». Que tiene mejor contexto, por el blanquísimo roedor devorado y por los niños perseguidos que Gish protege. Que mi memoria de la cita y la realidad de la película sea otra (quizá en la versión doblada se dijo así) es complementario. Tumaco es un bello apéndice de tierra en el Pacífico colombiano. Nadie hablará de él aquí, como de tantos sitios y es normal que no se haga. Pero es uno de esos sitios. No es ni pequeño ni grande, más o menos aislado a pesar de ser un puerto petrolífero, y ha sido tradicionalmente asolado por múltiples violencias y carencias, entre ellas el narcotráfico. «Ni un solo ventilador, ni siquiera una unidad de oxígeno, para sus más de 220 mil habitantes». En el peor momento: «Sus dos hospitales, el San Andrés y el El Divino Niño, de segundo nivel y primer nivel, están intervenidos y en quiebra desde hace varios años, producto del robo de recursos destinados a la salud.» En Colombia debaten apasionadamente ante la perspectiva de que se levantarán pronto las restricciones de confinamiento. Seguramente, es allá donde la elección entre la bolsa o la vida se hace más espectacularmente difícil de hacer. La bolsa ya es pequeña. Sombríos, me subrayan lo esencial de las mil seiscientas palabras del relato: «A lo que quieres, ve diciendo hasta luego.»
Le debieron contar a dios sus planes. Que Boris Johnson esté hospitalizado de urgencia, que a Trump la curva se le haya convertido en galerna, es la enésima broma del destino. La cursilada sería decir ahora que abril es el mes más cruel.
Cetogénesis como disciplina. Sergio me llama desde Bogotá. Y termina diciendo: «estás mucho mejor». «Si no me puede ver», me digo. Pero siente que no jadeo al hablar y es porque no tengo la nariz obstruida. Hasta pienso que incluso, yo que soy un bocachanclas, he mejorado mi dicción. Juanjo Carmena me habló de hacer dieta sin hidratos de carbono, provocar cetogénesis, y ha funcionado. Peso, estado general. Durante la peste, me pongo morado: doradas, huevos fritos con tocino, pollos asados, sardinas repletas de aceite, quesos de muchas procedencias. Sandra Dumit dice que es más fácil hacer low carb en España que en Colombia. En los restaurantes, le digo yo. Pero el peso del tiempo encerrado pone a prueba los instintos: quiero desesperadamente tomarme una tarta de chocolate y una copa de champagne, no de cava, de champagne. La fiesta de regreso al mundo cuando esto termine.
Salidas: cocacola zero, ¿qué esperaban?
Incidencias médicas ajenas: desconocidas.
7 abril 2020 a 20:11
Me alegro de que te haya servido!!
7 abril 2020 a 22:32
Hondamente agradecido, caballero.
10 abril 2020 a 10:49
[…] torrijas. La cetogénesis no permite comer ese manjar. Y me jode profundamente. […]