Preguntas para el ahora. Esperando la fase uno.

06/05/20. Polen. Alergia. Lo que nos faltaba. Picor de ojos. Estornudos siderales. Sol, pero aún sin moscas. Agotado el queso de Arzúa en El Corte Inglés. Agotados también los guantes plásticos de mano: te dan unas bolsas de celofán de las que se usan para envolver flores. Das una imagen algo grotesca. Cierta sensación de que el nuevo normal no está todavía conseguido.

One should merely start to move forward, in the dark, feeling one’s way and trying to do good.

Camus, La Peste.

¿Cuándo terminarán los aplausos? ¿Nadie se cansa? ¿Se le sigue encontrando valor? ¿Se terminará cuando haya salida libre y nadie (o no tantos) estén en las casas a la hora de la celebración? Lo que sí he comprobado es que, pase lo que pase, empieza como un clavo a las ocho en punto y, justo dos minutos después, exactamente a las 8:02, se acaba. La sabiduría de las masas, o que todo el mundo sigue al líder de la calle, que no sé quién es y si existe.

¿Cuál es la nueva etiqueta de la vida con mascarilla? En el supermercado he tenido unas ganas horrorosas de estornudar. La alergia. Y no sabía si quitármelo o estornudar con la mascarilla puesta. De esas veces en que los conflictos y las alternativas de decisión se te aparecen seguidas en milésimas de segundo. Algo me dijo que el verdadero motivo de la mascarilla es, precisamente, que las gotas de tu saliva y tu nariz no alcancen a otros. Y a los lineales del supermercado, en este caso. Pero el interrogante acelerado era si estornudar sin quitármela arruinaba la mascarilla, con todo lo expulsado dentro de mi. En esa diatriba estaba cuando el estornudo ya era inevitable, así que dentro quedó y no era la mejor sensación del mundo, pero pronto pasó. No me sentí muy fan de mi propia saliva. La ciencia ha logrado paliar los síntomas de las alergias primaverales, pero no la cura. Se sobrelleva. ¿Como el coronavirus del resto de nuestros días?.

¿Qué hacer con esta juventud, por dios? Nada, qué se le va hacer. Con veinte años piensas que eres inmortal. Y eres inmortal más o menos hasta los treinta. Mientras trotaba -sí, ya sin agujetas- me hacía un muestreo aproximado: si no llevan mascarillas y van más de dos juntos, menores de 30 ocho veces de cada diez. Han vuelto los fanáticos de la bicicleta a toda costa, y coincide con que suelen considerar que pasar a toda velocidad entre los peatones es algo a lo que tienen perfecto derecho. Soy un viejo cascarrabias. Pero ya lo era con treinta, debo avisar. Me acercaba de regreso a casa y trotaba por el centro de la calle -vacía de vehículos- desde la Plaza de Santo Domingo al comienzo de San Bernardo. El timbre de una bicicleta me avisa por detrás. Me rebasa a toda velocidad por la derecha y siento hasta la estela del aire que deja. Vamos a rebobinar: toda la calle vacía, ancha como la boca de un buzón y la joven émula de Fausto Coppi tiene que timbrarme a medio metro y pasarme por la derecha cuando tiene treinta metros de calle a su disposición: ¿qué tal si reacciono con lógica vial y me aparto hacia la derecha…? Menciono a Coppi para que los mileniales tengan que ir a Google, claro está. Sigo trotando y cuando ella está detenida en el semáforo en rojo (ahí, sí) paso a su lado y le digo: «se adelanta por la izquierda». Carechimba. Niñata.

¿Qué será de nosotros? Me escribe Ignacio Belinchón. No le veo desde hace un par de años. Los que lleva de vuelta en Madrid. Antes de eso, me lo encontraba en Bogotá en un evento sí y en otro no. Que cómo lo llevo, me pregunta. Le digo que sobreviviendo, «la guerra de todos». Me contesta: «Hasta los huevos de pelear, la verdad…, ¿qué nos queda por pasar a los de nuestra generación?, porque menos una guerra, ¿lo hemos vivido todo, no?». Eso es. Le digo que «ya he vivido una inflación del más del veinte por ciento, tres o cuatro crisis de paro astronómico -el shock del petróleo, la catástrofe del sistema monetario europeo, el 11-S y sus secuelas, la crisis de las hipotecas subprime-, un golpe de estado, ochocientos muertos de ETA, tres depreciaciones de la peseta y ahora esto. No, no puedo sentir un especial conflicto interior por la nueva generación sándwich. Le cuento a Sandra Dumit y se ríe de mi: ella tuvo de todo eso y, además, una guerra. Si es que la guerra terminó alguna vez. La generación sándwich (en colombiano dicen sanduche, ¿no es precioso?) sabrá salir adelante y, nosotros, también.

 

Salidas: mientras corro, llego al Palacio de Oriente. En la plaza de la catedral, el cielo se pinta de acuarela azul y rosa mientras cae el sol. Un avión militar deja a lo lejos una estela de vapor infinita y marca una flecha hacia arriba.

 

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