Las alternativas al miedo. Treinta y seis.

18/04/2020. Compré congrio y caballas. Y cocacola zero en formato súperahorro. Pero he moderado el consumo.

…from this time onwards, poverty always triumphed over fear

Camus, La peste.

Nos dan una fecha para el fin. El nueve de mayo, que es sábado. Quedan tres semanas. Se deja de lado el uno de mayo, se evita una discusión sobre manifestaciones. Lili Guevara me ha tenido que advertir que no son cuatro semanas las que llevo encerrado, sino cinco. Perdí la noción del tiempo. Dudo: tres semanas más es una eternidad con este mismo ritmo. Es como si el año se hubiera ido y la sensación que genera esa pérdida es la necesidad de acelerar abruptamente para poder hacer todo lo que no se hizo.

Primermundismo es un término creado por Sandra Dumit que viene a señalar los inconvenientes de las economías desarrolladas en período de confinamiento. Desarrolladas o que tenemos como tales. Por ejemplo, que el seguro de accidentes de hogar sea eficiente y resuelva todo a tiempo en casa de mi octogenario padre en este momento, es primermundismo. Para qué carajo queríamos que vinieran de inmediato y se llenara la casa de visitantes de salud desconocida en plena cuarentena. Que nadie sepa coser ni cocinar en las viviendas confinadas porque la liberación femenina hace que nadie quiera ser ama de casa, se torna primermundismo cuando estando encerrados las tortillas de patatas salen pésimas y las croquetas quedan como masas informes ennegrecidas por la fritura. Algunas ventajas tendría que tener la idiosincrasia antioqueña.

Los pañuelos rojos en las ventanas son el reverso del primermundismo. De Bosa a Soacha, pasando por Ciudad Bolívar en Bogotá y de ahí a las comunas de Medellín, un pañuelo rojo en la ventana es la forma de respetar la cuarentena y advertir que se necesita ayuda. Dicho de modo más prosaico: que falta comida. Sea con Lilli Guevara, el Doctor Piernavieja, la Señora Dumit o Manuel Márquez, todavía residentes en o regresados de El Dorado, la conversación desde hace semanas es ésta. Qué pasará cuando falte el efectivo. En una economía que vive al día y donde la informalidad económica es la verdadera normalidad, la plata de hoy paga la comida de hoy. La respuesta suele ser el asalto como medio de acceso a la riqueza o la mera supervivencia del otro. Jorge Orlando me dice que, pidiendo online, nunca le llega ni lo que se ha pedido ni todo lo que se ha pedido. Piénsenlo cuando crean que si algo no funciona en el primer mundo es tercermundista: siempre puede ser peor. Vean: Quibdó es un lugar verdaderamente remoto, capital del Chocó, donde no destacan por su renta ni siquiera en Colombia y de seis casos de coronavirus confirmados, cinco son médicos. Tienen que cerrar el hospital al ponerlos en cuarentena. El hospital.

Los viejos, al sol. Es anciano todo el que tiene veinte años más que tú. Hasta que, como el alcoholismo, te lo reconozcas. Regreso con una bolsa muy pesada. En la plaza de Mª Soledad Torres Acosta veo un anciano con su bastón sentado en alféizar de las ventanas del restaurante chino que hace esquina con la calle de la Estrella. Está al sol, muy encogido, confundida la ropa con el gris de la piedra. Solo contempla. Quiero ser él. Lili me cuenta que todos los días ve pasar desde su terraza una señora mayorcísima que camina con su tanque de oxígeno hasta llegar a la Carrera 15 de Bogotá por la calle 102, que tiene un supermercado como excusa. Pero es una excusa.

Lo peor, ha pasado. Andrew Cuomo, el gobernador de Nueva York, lo dijo así: «Lo peor ha pasado. Lo peor era que la gente muriera. Eso era lo peor de todo. Ya no puede ser peor». No es el final definitivo, lo advierte, y no lo es hasta que no llegue la vacuna. Pero empieza la cuenta atrás.

 

Salidas: sin pescado, no es fin de semana.

 

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