Vigilia para el después. Treinta y tres días.

15/04/2020. Continuidad de todo. Rutina. 

There were no longer any individual destinies, but a collective history that was the plague, and feelings shared by all.

Camus, La Peste.

¿Qué hacer con los vidrios rotos? El rumor del ruido es otro ya. Ruido es únicamente el de los avatares discutiendo sus sueños de ovejas eléctricas, porque el silencio callejero y contemplativo de las ventanas permanece. Ya sabemos todo lo que podíamos saber de formas de contagio y de curvas e histogramas (el acceso masivo a matemáticas mal aprendidas del colegio no ha traído ni una sola vez la palabra histograma, a pesar de las decenas de gráficos repletos de barritas que nos rodean). Hemos repartido culpas y simulado venganzas. Mientras la curva desciende, se abre paso al reparto de privilegios y la elección de damnificados. El cómo, el por qué y a cargo de quién reconstruir. Re-construir. Decía Alvin Toffler en algún ensayo que si un piel roja americano se plantea la educación de sus hijos en los años de invasión de sus competidores blancos, lo haría o lo hizo basándose en el pasado: si durante siglos sobrevivir ha consistido en aprender  a cazar y construir arcos y flechas, no les enseñarán otra cosa. Si en el futuro no se podrá siquiera cazar, entonces no tiene sentido aprender habilidades que no traen bisontes. La sospecha es que veremos con una fuerza inusitada re-construir el futuro que ya no era con las ideas del siglo XX. Que son las del XIX actualizadas.

Y la educación reacciona entregando carcajs y flechas. Al final, sí, llegó el aprobado general. Disimulado en no repeticiones y miles de argumentos burocráticos más que, seguramente, no tienen alternativa en su inercia. Triunfa la desigualdad de la igualdad: todos iguales independientemente del esfuerzo y el rendimiento.  El lenguaje burocrático, siempre tan capaz de sublimar el ridículo, lanza conceptos que todo ex-alumno del siglo XX entenderá como un extraño sustituto del concepto de maría y una oportunidad de recreodedicarán el mes de julio a actividades de refuerzo que «estarán combinadas con actividades ‘de ocio y tiempo libre'». ¿De qué servirá reforzar lo que te dieron sin esfuerzo? La prevalencia de la escuela como aparcamiento de hijos de la era industrial perduraría en su insustituibilidad innegable. El canalla de Google te devuelve la hemeroteca canalla: en 2013, una catedrática de Salamanca gritaba en una tribuna en el diario de los diarios «¡estamos en crisis!» y terminaba diciendo: «conviene no descuidar el cumplimiento estricto de los ‘indicadores formales’ porque con dicho cumplimiento conseguiré el aprobado general que deja oculto el suspenso colectivo». Una nota dice que el Sindicato de Estudiantes (¿sigue existiendo esa organización fantasma?) exige «aprobado general y cancelación de todos los exámenes» argumentando que los niños pobres no tienen fibra óptica ni habitaciones espaciosas para estudiar en el confinamiento. No aprobar, según ellos, les llevará a perder el tren educativo. No saber, también, pero eso ha quedado constatado que a la burocracia no le interesa. Esta estirpe presuntamente sindical es la que luego llorará ante el paro y el abandono de los estudios para irse a la obra en años de vacas gordas. Y lo harán por culpa del modelo productivo que, sin duda, saben cambiar. Que Juan y Conchita me quemen en la hoguera o me eleven a los altares.

Una familia cristiana, pero no creyente. Una formidable paradoja. Si se piensa lo bastante, deben ser todas. Aunque es un arcano difícil de descifrar: ¿es un error de interpretación del tribulete? ¿quieren querer decir eso que gusta tanto decir de que se cree en un dios, o en la energía cósmica, pero que no se cree en la institución? Aquí la institución suele ser la Iglesia Católica porque la sociología no da de sí para otra (como decía mi madre, «no creo en la mía, que es la verdadera, como para creer en la tuya»). Me cuesta mucho entender la preocupación de los creyentes por la literalidad de las oraciones, los ritos y el relato fantástico de todas las biblias y no tanto por el sistema ético que pretenden ser las religiones. Al fin y al cabo, me ha resultado fascinante en mi proceso personal de asomarme al mundo descubrir esa contribución judía a la existencia como es la ley de dios, a la que si quitas dios, es la ley. Y la ley está por encima de los hombres. ¿Quiere esto decir que ésta familia se comporta con valores cristianos aunque no crea en el dios que le aseguran que ha creado el esquema? Me da que tanta sofisticación para encontrar una salida grupal a qué hacer los domingos con la misa no se da. Lo que se  pretende es explicar la forma de afrontar la muerte de Ramoncín y su familia. Ramoncín (en casa, Ramón) tuvo dos madres, y las dos han muerto. Una por coronavirus, la otra de vieja solamente. Su relato es el relato que quedará de la peste en las conversaciones de todos los nietos de una generación: las residencias contagiadas masivamente, la soledad de los familiares, el esfuerzo inmenso de cuidadores y enfermeros, la falta de flores y recogimiento. Un día te ponen las cenizas en la mano y la relación con tu madre (tu padre, tu abuelo, tu abuela…) terminó. Para mi, que me espantan la exaltación y la ceremonia del dolor, puede que fuera un alivio. Puede que, para ellos, también. «Se supone que su cadáver ha estado en el Palacio de Hielo, pero hemos preferido no saberlo, no queremos mortificarnos». Los de Ramoncín prefieren huir de la penumbra: «Quedaremos todos los hermanos y los nietos a comer en el campo y la recordaremos». Y es ahí cuando el periodista explica que «tampoco le harán una misa funeral. Son una familia cristiana, pero no creyente». Seguramente, cuando ya perdiste lo que más querías, ha empezado el después.

 

Salidas: se me antojó queso de Arzúa y hacía sol y brillaban las gotas de lluvia. Me llamó un mensajero desde la puerta de casa con una entrega que ya no esperaba y le prometí llegar en seguida. Corrí, y fui feliz corriendo. Mientras corría se abrieron los balcones y empezaron los aplausos y los vítores de cada tarde que, ésta vez, es como si fueran para mi. Tras tres calles de euforia, veo al mensajero sonriendo con el paquete.

 

 

 

 

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