Perder papeles y no encontrarlos. Diecinueve días para la liberación.
21/04/2020. Estudiar tu cuerpo cada día, simplemente se ha convertido en pérdida de tiempo. ¿Peste? ¿Qué peste?
‘There is sin in the world’
Camus, La Peste
El hundimiento. Tenemos un general de la Guardia Civil que dice en público que parte de su trabajo es detectar y perseguir informaciones que perjudiquen al Gobierno de la Nación. Seguro que no estoy siendo exacto con las palabras, pero esa es la idea. Al menos la idea con la que se ha saludado lo que el Gobierno llama un lapsus y una formidable negación de la mayor. Como a perro flaco todo son pulgas, al poco sale una comunicación escrita donde expresamente se da la orden de hacer lo que parece que ha dicho el general. Cómo será de grave, que el diario El País lo pone muy abajo en su página web y los periódicos alineados con la oposición lo convierten en su titular principal. Es un asunto estéticamente lamentable: que un gobierno llamado a sí mismo de progreso y cuyos integrantes han presumido de gobernar para la gente utilice las fuerzas de seguridad para protegerse de la crítica, resulta muy decepcionante. Si eres de progreso o de cualquier otra cosa. Pero no una sorpresa. No deja de ser más que la verdadera causa de lo que da origen a toda la teoría del estado, el hecho de que quien gobierna abusa de su poder sin importar con qué manto religioso venga ungido. Para la historia de los conflictos de la democracia española, que le ocurra a un partido de izquierdas siempre tiene más reparo estético. Porque se presentan con la legitimidad de una honestidad primigenia que, para su desgracia, no suele darse bien con la realidad del fuste torcido de la humanidad. ¿Y qué me dice de la ética, Martín? La ética es más rara, porque puede incluso ser cierto y necesario que en la era de las noticias inventadas (como si fuera nuevo) haya que detectar los intentos de una potencia extranjera de manipular informaciones que desestabilicen al Gobierno siendo falsas. Hasta ahí, se entendería. Pero la estética no ha sido esa, la estética ha sido la de un gobierno con intenciones de aprender de la Stasi.
El honor de la Guardia Civil era muy célebre en la banca. A mi me enseñaron los bancarios que darle un préstamo a un guardia civil no entrañaba riesgo. Si no pagaba, ibas al cuartelillo, hablabas con su sargento, capitán o lo que tuviera, y éste lo cogía de la oreja, lo llevaba para la Caja (ya no quedan Cajas de Ahorro) y la falta se resolvía. La institución quedaba salvada. Tiempo más tarde me dijeron que la cultura interna se había relajado más y que te la podía pegar el número, pero es que también seguramente la Benemérita ya era otra, y la libre disposición sobre la vida de los habitantes de la Casa Cuartel no era tan automática. ¿Por qué no dimitió el general? No es muy de nuestra cultura, y es lo más interesante del caso. Un miembro de élite del ejército (oigan, un general de la Guardia Civil está formado en la Academia General del Ejército y son la crema de sus egresados) ha cometido, en el mejor de los casos, un error. Un error que compromete al Gobierno, a la credibilidad de las instituciones, la de su Cuerpo y hasta la reputación de su país. Si eres soldado, ya se sabe qué es lo primero y lo pone en la puerta de los cuarteles: «Todo por la patria». La patria en estos casos requiere de un sacrificio. Que no es tanto, porque aquí no hay balas. Así que uno coge, toma su honor y el de la Guardia Civil, se va a ver al ministro y allí mismo presenta su dimisión cuadrándose como es debido. Y luego sale a la palestra diciendo a la opinión pública que ha cometido un error, pero que dimite para que no se ponga en duda su integridad y hasta aquí hemos llegado. Aplauso generalizado y a cobrar la pensión que, creo, tiene asegurada. El ministro, por su parte, si ve que el general tarda, le llama y le dice que la presente: tiene, también, una obligación; salvaguardar la respetabilidad y credibilidad de su institución. Después, puede hacer dos cosas: aceptarla y hacer una declaración formidable del sentido del deber del General o, con talento para la política, decir que la ha rechazado dándonos un repaso de su brillante hoja de servicios haciéndonos creer a todos que ha sido un error de mierda de un hombre sensacional. ¿Un japonés se habría abierto en canal por su emperador? Yo creo que sí, pero tampoco pidamos tanto, sólo una cierta ceremonia de las instituciones.
La muerte de Locke. Me dice Juanito que están matando a John Locke. Y no es el de Lost. Yo le creo, porque sabe mucho más que yo de todas esas cosas. Quizá lo que están matando es la apariencia de Locke, porque la división de poderes siempre ha sido un poco chufla en este estado borbónico y monarquicano. Es decir, que ahora ya no habría rubor en manifestar que eso no sirve para nada (y eso que Alfonso Guerra ya mató a Montesquieu) así que, esencialmente, hay que dejarse de tonterías de una vez. Todo esto a cuentas de que la estética es profundamente horrorosa en el uso de los medios de comunicación del estado, el empleo de la justicia y los nombramientos de personas con puestos institucionales valiosos. Léase la Fiscalía General del Estado o el ocupante del Centro de Investigaciones Sociológicas: no es nuevo, el padre de la Ministra de Economía ya fue un consumado gestor partidista de la televisión pública, queridos millennials, pero creo que se ha perdido la intención de disimular. Aunque probablemente es algo intrínseco de Celtiberia: el español sólo sabe ser solemne en las procesiones. Cuando representa lo público, no sabe crear el suficiente distanciamiento dramático como para dotarle de aura y magia al poder y sus espacios. La Iglesia es mucho mejor, le va la vida en ello. Esto lo aprendí mirando al rey padre y al rey hijo: sólo tienen que observar, por ejemplo, cualquier celebración de la Pascua Militar. Les sueltan un discurso que es un pestiño de poca salivación y ellos dos firmes, impasible el ademán, mirando al punto de la sala donde el sujeto que habla lo hace consiguiendo que el tiempo se desplome como una losa. Nadie podrá adivinar una mueca, un cambio de humor, un asomo de disgusto o satisfacción de sus caras, ellos son hijos de reyes y son más que humanos. Están no para ser personas, sino para simbolizar algo. A su lado, puede mirarse a los ministros de cada hornada que, aburridos, están con las manos en los bolsillos, mirando al techo o tratando de estirar las piernas: nadie los tomaría por héroes o padres de la patria. Ellos son, simplemente, humanos. Me dirán que es hipocresía, pero las instituciones que te protegen y representan necesitan de pompa y circunstancia para que estén por encima de sus ocupantes temporales. Con el fin, justamente, de que preserven los valores cuya defensa deben simbolizar.
Sin salidas y sin sol.
24 abril 2020 a 19:14
[…] por intrépidos comentaristas de tertulia televisiva repletos de argumentos exoneradores de la gran cagada. Esencialmente, se dice, un soldado no es un experto en comunicación (ellos sí, claro, hablando […]