Del ser, la nada y los bits. Jornada treinta y dos.
14/04/2020. Llevo días sin mirar la temperatura ni hacer ejercicios respiratorios. Tienes la sensación de que es imposible que haya nada ya a tu alrededor. Puede que eso sea lo peligroso. Llovió. Más o menos nos llueve un día sí y otro no.
What interests me, is living or dying for what one loves.
Camus, La Peste.
Identidades. Nick me pide ayuda para un amigo que es ingeniero de minas y que tiene unas cuantas ideas locas para crear un proyecto de big, big, big data. Me presenta como Digital Architect. Con mayúsculas. En tiempos como los que corren, cuando en el trabajo hay gente que se pone el título de «evangelista» y no pasa vergüenza por ello, lo encontré entre sugestivo y puritita mierda de toro. Cuando termino la llamada, no resisto la tentación y miro a ver si existe una definición de digital architect. Bingo: existe y es realmente fantástica. Reúne todas las capacidades que rodean mi persona. Creo que las carcajadas se oyen ya en Siberia. Anotado dice: «Los anglosajones y ese don que tienen para poner nombres molones». Pero en este océano de la vida, admito que he encontrado algo que me define y que se parece a lo que, presuntamente, resuelvo. Dará caché o no, pero sabes lo que eres. Y, a mis años, si no sabes ya lo que eres, date por perdido. Soy conservador para la economía, libertino para las costumbres, librepensador en materia celestial y digital architect. No puedo pedir más. Un poco antes de terminar la llamada descubrí que el ingeniero trabajó durante años en unas minas cercanas a Medellín, Antioquia, Colombia. Todo es un inmenso círculo que se cierra sobre sí mismo.
Burbujas. Todo digital architect que se precie sabe lo que fue el estallido de lo que se llamó primera burbuja de internet. Creo que los libros de historia no recogen una segunda, pero siempre se ha dicho que era inminente. Eran tiempos de pioneros. Había aventureros con sentido de la oportunidad que se encerraban en su casa para tratar de sobrevivir ¡un mes! sin salir a la calle, tratando de comprobar si realmente el mundo se había digitalizado tanto como para poder vivir resolviendo todo conectado. Era tal la fricada que generaba su impacto mediático y se saludaba casi como algo heroico. Lo miras ahora y se te pone un poco cara de gilipollas: ¿de verdad?. Veinte años más tarde, hemos hecho el experimento digamos que por cojones y de modo masivo. Sí, puedo vivir sin salir. ¿Puedo? La música me llega en streaming en esta misma mesa mientras junto estas letras, las películas no las veo ni siquiera por la TDT (recuerden: la «D» es de digital, que también da risa pensarlo), he pedido a un servicio de impresión y encuadernación (cerrado al público por la peste) que me envíe unas cositas copiadas y encuadernadas. Amazon es capaz de traerme bombillas, pegamento, harina de coco y un perchero que puedo montar con mis manos. No pido calzoncillos porque en el encierro se gasta poco. Pero si tengo que sustituir al supermercado, las páginas no cargan, o los turnos de entrega están copados. Sí, se puede vivir solo conectado, con la salvedad de que no escala si nos conectamos todos a la vez.
Todos los mitos tecnológicos se derrumban. En Microserfs todos quisimos leer/creer que las gafas de Bill Gates nos observaban fijamente desde dentro de nuestro cerebro. Bill Gates fue un malo malísimo para los verdaderos libertarios de la red. O para los amantes del buen gusto. Era más fácil estar con Richard Stallman (que hizo un libro genial, pero que está como una regadera) que con Gates. Pero, sobre todo, era más fácil amar a Steve Jobs, con su bandera pirata y su stay hungry, stay foolish mientras cambiaba la forma de ver el mundo dos o tres veces. Se muere Jobs y lo que deja es un yate de ciencia ficción. Gates no muere, pero se retira, y se dedica a crear una fundación que es capaz de estudiar con brillantez soluciones para enormes problemas sanitarios del mundo. Y con clarividencia: no hacen más que mostrarnos su predicción de la pandemia. Si el éxito de Google y Facebook se ha saludado con el fracaso que supone haber dedicado las mejores mentes de nuestra generación a conseguir que cliquemos anuncios, que las personas más pobres del mundo puedan tener un retrete y no vivir entre coloides evitando enfermedades (y ganando dignidad) parece mucho mejor resultado que el iPod. No, no me pillarán con la demagogia: de cosas como el iPod sale el dinero de los Gates et al para hacer retretes. Pero había que decirlo. En todo caso, si lo miran bien, el capitalismo sale muy bien parado.
Salidas: basura. La calle sin un alma.
Incidentes: mi padre parece no haber tenido riesgos de contagio en la reparación urgente de las cañerías de su vivienda. Queda pintar, pero confieso que respiro.
21 abril 2020 a 10:03
[…] casi patológico. Bill Gates también es el promotor de unos nuevos reactores nucleares que reducen el riesgo al error humano a nada y […]