La rebelión de los prisioneros. Tres semanas.
03/04/2020 He vuelto a tener unos extraños mareos de cuando combates contra la gripe. Y una flemilla. Pero temperatura bien, tensión bien. Hay una colilla en la escalera desde hace una semana y la veo cada vez que salgo: ¿quién tira colillas en los portales? Me harté y la barrí yo. Me convertí en servicio esencial.
Then we knew that our separation was going to last, and that we ought to try to come to terms with time. In short, from then on, we accepted our status as prisoners
Camus, La Peste
Bonzos. «Los abajo firmantes tenemos 60 años o más» y ellos son ilustres miembros de lo cuerpos de élite de la Administración del Estado (en retiro), y con pasados ilustres en la política. Sabedores de números, matemáticos y económicos, no como lo usual en los cargos públicos de ahora, vienen a decirnos esencialmente que están dispuestos a morir por la patria si les toca: «Los abajo firmantes», vuelven a decir, «nos oponemos al confinamiento –por ineficaz, humillante, traumatizante y destructivo-«. Después lo califican de «fascista». La palabra fascista está tan gastada que no vale demasiado ya, pero no se puede negar que impedir el movimiento y encerrar como cual toque de queda a la población (Pinochet, un fascista de consenso, sabía de eso muchísimo) es, sí, totalitario. Lo que nos dicen es que si realmente lo que estamos protegiendo es la vida de los ancianos, estamos destruyendo el futuro de los jóvenes y que eso no puede ser. Parecen decir, paradójicamente, «me hallará la muerte si me lleva». Tras un ejercicio matemático e intelectual concluyen que todo esto no tiene ningún sentido y volvemos al debate que Johnson y Trump habían terminado con el rabo entre las piernas: la inmunidad colectiva como meta se llenaba de cadáveres a las puertas de las encuestas y eso es una tentación muy fuerte para un político. Ya nos dijo Oscar Wilde cuál es la mejor forma de superarlas. Y Winston Churchill que comerte tus propias palabras no crea indigestión.
En el mar de la duda. Se pregunta un columnista si nuestro Primer Ministro sabe cómo salir de la hecatombe. No tengo que seguir y dedicarle un segundo de tiempo. Sólo hay una respuesta: no. La honradez debe prevalecer: ni él, ni yo, ni el columnista, ni nadie. Asumamos que la incertidumbre de la pandemia, es la de las guerras, que se sabe como empiezan pero no como acaban. Pero sobre todo, como decían nuestros bonzos en su manifiesto, porque se ha trabajado con datos confusos indeterminados, de cuentas complejas y valoraciones amplias. Se sospecha que se muere el doble de gente de la que se moriría normalmente, pero también se sospecha de por qué no se mueren tantos en Alemania o en Suecia. En algún lugar leo que EE.UU. ha pedido bolsas de cadáveres como quien envía a los marines a Afganistán. No se sabe quién está contagiado y todos nos confesamos en las videoconferencias que creemos haberlo pasado sin enterarnos.
Las penas con alcohol son menos. En el súper de la esquina están muertos de risa con una clienta cuando llego. Lo que sucede es que la gente se está llevando el vino y los licores como locos y se están imaginando a la gente cocida en sus casas. Esto va más allá del vermú, me digo. Mi única y verdadera razón para salir es que se ha acabado el coñac que uso para cocinar. No se puede cocinar bien sin tener coñac a mano cuando hace falta. Se ha agotado. Pregunto asombrado cómo es posible que el coñac se agote. El coñac. Y se ríen más. O todo el mundo cocina desesperadamente (hay quien dice que la levadura se agota pues todo cabeza de familia está jugando a panadero), o esto empieza a parecerse al Berlín de entreguerras y nos damos a la lujuria. Se lo cuento a la Señora Olmos y me envía unos cuantos compases de Lili Marleen en alemán de Valencia. No sé si es momento de ver Cabaret (en realidad, siempre lo es), pero empiezo a imaginar que cada casa es un show de travestis todas las tardes.
Salidas: no había coñac, pero sí guaro. No me sirve de nada porque no me gusta.
Caídos: hay amigos con suegras hospitalizadas y familias enteras contagiadas.
7 abril 2020 a 22:28
[…] acomodado para poder morir en paz el tiempo que tardase mientras los demás seguían su camino. De nuevo, un cirujano de ochenta años dice hoy «primero salvad la vida a los más jóvenes». El cirujano […]