Erguidos frente a todo. Veinte días.

02/04/2020. Constantes vitales en orden. Ni siquiera un estornudo, ni dolores de articulaciones. El sueño de un príncipe. Me he comprado un Montecristo, se me ha antojado.

…all this really did amount to a feeling of exile.

Camus, La Peste

La resistencia. Dice Martín Milone que escuchar «Resistiré» pasó de emocionarle «a ser una tortura de Guantánamo». Hoy ha aparecido otra épica versión del súper himno que, al menos por las calles de Malasaña -más que un barrio, un estado de ánimo-, suele sonar cada tarde en el momento del aplauso y la pausa en el balcón. El Dúo Dinámico siempre han tenido el aspecto de dos niños de derechitas y formaban parte de todo ese grupo de artistas que mi generación definía(mos) directamente como hortera. Que ahora Raphael se baile en las discotecas modernas y que modernos sean los que recuperan artistas que eran tratados por la inteligencia culta como una españolada pachanguera, es un fenómeno interesante: eran estrellas de la oprobiosa dictadura, artistas que nadie hubiera definido como comprometidos. Quizá porque al final el talento aflora sobre el aburrimiento y la impostura. Seguramente le debemos mucho a Olvido Gara, que venía de México y no tenía complejos -ni para su pelo ni para las canciones- la pérdida de pudor en decir que Camilo Blanes cantaba y componía como dios. Aunque nunca te hubieras puesto sus pantalones y muriera haciendo el ridículo. Pero dejen que vuelva a la nueva versión del himno: es una oda al teletrabajo. Si todos los artistas que participan han hecho todo eso cumpliendo el confinamiento, dice verdaderamente mucho de lo que es la tecnología contemporánea. 

Lo mundano. Me dice Sandra Dumit que en cuanto salga del confinamiento se comerá tres mangos verdes. Los españoles no tienen ni idea de lo que es el mango biche, pero es un aperitivo digno de nuestros mejillones con patatas fritas y que los colombianos deberían aprender a tomar con vermú. Se extraña el mango verde y la vida misma: «hoy siento el encierro, hoy quisiera vestirme, ponerme aretas, salir». A Pedro Almodóvar le sucede lo mismo: «me vestí para salir y sentí que estaba haciendo algo excepcional», «vestirme lo he vivido como algo íntimo y muy especial». A mi me sucede cuando me recorto la barba, son mañanas en las que parece que todo puede volver a empezar. Vestirse y hacerse el vermú: las ventas de cerveza, anchoas, aceitunas y patatas fritas se han disparado. Hay cañitas por Zoom. Le preguntan a los psicólogos y aparece un psicólogo que no nos lleva a consumos del mundo moderno como el síndrome posvacacional: «pese al pensamiento generalizado de que todo va a ir mal, el ciudadano de a pie es extraordinariamente resiliente». Resistiremos erguidos frente a todo.

La curva aplana. Empieza a haber un puntito de euforia en algunos titulares periodísticos. Quedan misterios sin resolver: el de la humedad, la temperatura y su relación con la supervivencia de la peste. Dicen que sí. Pero miro cada día las cifras que declaran Panamá, Colombia y Ecuador y algo no me cuadra. La ciencia tiene respuesta para todo: «Muchas casas y edificios en zonas tropicales están mal ventilados y las personas a menudo viven hacinadas, por lo que en estos casos los beneficios de una mayor humedad desaparecen». La champeta no nos salvará.

 

Salidas: ésta vez sí, traje la carne conmigo. Ni rastro de la fuerza pública.

Muertos de menos de tres grados de separación: sin novedad. Afortunadamente.

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