Es una retrochimba. Día veintitrés.
05/04/2020. Algo de diarrea. Con la sensación de que tu cuerpo lucha contra los elementos. ¿Es la alergia que viene? El Corte Inglés tenía coñac, una tragedia menos.
One may read in the Golden Legend that at the time of King Humbert, in Lombardy, Italy was ravaged by a plague so violent that there were hardly enough of the living to bury the dead
Camus, La peste.
La curva se volvió chata. En Italia y en casa. Se inician las especulaciones sobre el después. Y el cuándo. Son premoniciones que sitúan en el día 26 de abril las condiciones para iniciar -sólo iniciar- el regreso a la nueva normalidad, que no sabemos cuál será. Creo que la única observación cierta en este momento es darse cuenta de que quedan tres semanas para eso. Y que ya llevamos otras tres: ¿qué más haremos para seguir encerrados y sufriendo -los enfermos, los que tienen muertos- y mantener cierta ecuanimidad interior?. Se puede presuponer que achatar la curva significa también que el riesgo disminuye, con menos presión al sistema médico y más personas que se recuperan de la enfermedad. Y si el riesgo y los muertos disminuyen, toda nuestra preocupación pasará de los síntomas y la extensión de la plaga a destrozarnos -más- discutiendo qué ha pasado aquí.
Yo tomé partido. Sí. No creo que nuestro primer ministro sea culpable de que exista una pandemia, de que tenga una agresividad tan espantosa. Ni siquiera creo que sea enteramente culpable de que la burocracia y la mala calidad de la información se haya comportado como una imbécil evaluando riesgos (lo suele hacer, se nos olvida que la inteligencia sobre el 11-S estaba ahí y nada se decidió). Pero sí que creo que aplazó la toma de decisiones en un momento de clamor generalizado por una razón política. Y eso tiene responsabilidad, como lo son las razones mencionadas, políticas. Especialmente porque él mismo estableció su propio rasero: si otro primer ministro tenía que dimitir porque gestionó mal el ébola, no sé a qué espera. Pero estaremos peleando hasta la extenuación por saber si son galgos o podencos. Ya lo dije, me disculpen. Creo que no merecerá la pena volver a hablar de ello.
Cañones o mantequilla. Los economistas dicen que su maldita ciencia trata de elegir entre recursos escasos y usos alternativos. El gasto militar deduce recursos para el bienestar de los pagadores de impuestos. Pero los pagadores de impuestos, aunque de modo oculto, suelen querer que se mantenga un nivel de seguridad ante amenazas violentas. O la gente puede pensar que prefiere gasto médico a televisiones públicas. O más o menos embajadas, o número de secretarías de estado. O número de AVEs. Está todo el mundo desquiciado sobre cuánto se gasta en sanidad y quién es el maldito culpable. El sospechoso está claro: seguro que ustedes se responden. Ésta debe ser una de las pobrezas más grandes del debate público español, que no es capaz de plantear elecciones de gasto, quedándonos en un debate estéril sobre si estado sí o no. Porque estado, lo que se dice estado, hay mucho. Me consolaré asumiendo que formo parte de una minoría que cree que es el momento de pensar cuánto y cómo. Puede que espléndida.
¡Qué chimba!. Me dice el Doctor Piernavieja que no había oído nunca el término carechimba. «¿En qué país vives?», le digo. Mis corresponsales paisas me reprenden por usar esas groserías y que le enseñe al Doctor esa terminología inadecuada. Pero recibo la autorización para emplear una nueva estrella del lenguaje colombiano: retrochimba. Por ejemplo, «Me quedó retrochimba el postre». Hay una lista en spotify que se llama «Retrochimba», si están ustedes interesados. Retrochimba es que la curva aplane.
Salidas: a por pescado. Pero me vine con conejo, cordero y pollo.
Bajas: sin noticias.