Comprar el pescado con los guantes puestos. Día 8.
21/03/2020. Sin termómetro, pero sin tos, ni dolores, ni nada que no sea más que hipocondria por subidas y bajadas emocionales. Es sábado.
Voy a por pescado. Me dirán que es una excusa banal (o irresponsable) para salir a la calle y tomar el aire. Con el día lluvioso, lo he agradecido. Menos actividad que un primero de año a las nueve de la mañana. La razón insuperable es darle variedad a la dieta y darme un aire festivo. Comer pescado tiene, para mi, un sentido familiar y celebratorio. Aunque sea de la vida nada más. Nada menos. El supermercado de El Corte Inglés está abierto. Cuando voy a entrar, una voz firme me da el alto. Han puesto un dispensador de guantes de plástico como los que se usan para servirse la fruta y unos botes de líquido hidroalcohólico para limpiarse la piel a la entrada y no contaminarse con los carros. Es obligatorio. Al llegar al puesto de pescado – como el de la fruta y el de la carne – unos postes encintados te separan del mostrador. Las cajas de salida tienen marcas en el suelo para dejar un metro de espacio. Los cajeros (y cajeras, obvio) tienen unos paneles que cuelgan del techo y es imposible que la saliva y el estornudo de unos lleguen a los humores de otros. Llevan mascarilla y tras cada paso de un cliente desinfectan con trapo y algún líquido que supongo es efectivo las bandas móviles de las cajas. Mejor que en mi casa, me digo. El supermercado es el cuerno de la abundancia, de todo a rebosar. Mentalmente me arrimo el ascua a mi sardina: el liberalismo matará, pero el comercio nos da de comer en los tiempos del cólera.
Al despertar, la mendicidad seguía ahí. La entrada el supermercado de El Corte Inglés de al lado mi casa tiene un acceso muy particular: puedes hacerlo desde las galerías del metro. Según llego se cruza conmigo lo que antes se llamaría un vagabundo, con el mismo aspecto que Robinson Crusoe y un pie calzado y una bolsa de plástico en el otro. No me pide nada, pasa de largo. Siempre me ha parecido una incógnita y una pregunta relevante el por qué el estado asistencial y benevolente que tenemos fracasa en proteger, salvar o reencaminar a los más débiles del todo. Yo podría sobrevivir a un mes sin papel higiénico, pero que el señor tenga donde estar, caliente y con almuerzo, parece mucho más barato y sencillo ya antes, cuando la plaga no nos alteraba. No puedo decir si los curas son mejores. Recopilo en mi mente argumentarios de lecturas pasadas: problemas psicológicos, el deseo de autonomía y huir de la disciplina impuesta de los albergues, familias que no pueden más con afectados de toxicomanías: las toxicomanías hacen que desaparezca la persona que amabas y que el toxicómano termine por devorar tu propia vida. Sea lo que sea, el mendigo errático y vagabundo está igual de solo como vector de contagio que como estorbo de conciencias en tiempo de paz.
Luz en los datos. Varias explicaciones de la disparidad de muertos y extensión de la peste. Las diferencias atroces tienen varias causas simultáneas y que interactúan entre sí. La realidad es siempre más compleja de lo que queremos aceptar: la composición demográfica de los infectados (Corea, por ejemplo, presenta una pirámide superjuvenil; Italia una de geriátrico), la extensión sistemática del número de pruebas y el tiempo desde que el virus alcanza un sitio procedente desde otro. El tratamiento estadístico, perverso o no, pone la guinda. ¿Cuánto va a durar? Avianca me escribió para decirme que mi vuelo está suspendido – era el día 2 – y que no volarán hasta el día 30. Es decir, el mundo más o menos institucionalizado, asume cinco semanas más de confinamiento o restricciones.
Ira. Alguien graba un vídeo con la policía reduciendo en el suelo a una mujer que aparentemente corría. La detenida grita pidiendo ayuda. Quien parece grabarlo desde su ventana le increpa: «Lo que no es justo es que salgas a correr, gilipollas». «Poniendo en riesgo a la policía, boba». «¿Ayuda, dice? ¡Todos aquí metidos!». Siento que más parece que gozan de su sufrimiento por envidia que por lo que realmente esté ocurriendo, que es imposible saberlo. El autor del tuit en cuestión, alguien a quien normalmente (yo) suelo calificar de tonto contemporáneo parece darme la razón, o así lo siento: «¿Quieres ir por libre? ¿Te la suda la cuarentena? ESTO es lo que te espera» Puede que estuviera siendo irónico. Si es así seguirá siendo en mi poco respetable opinión un tonto contemporáneo, pero no por esto.
Salidas: ya se ha dado parte.